martes, 20 de mayo de 2008

Cronista crónico

“Nuestras clases dominantes han procurado que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”.
Rodolfo Walsh






Entré a la Universidad de Quilmes, como lo hago cada día. El sol estaba hermoso, pintando de verde amarillo cada porción de césped que se posa a los costados del camino que te llevan al ágora. Alumnos comiendo, fumando, charlando. Profesores yendo y viniendo.
En la entrada: Rodolfo Walsh. Rodolfo fotografiado, Rodolfo escrito, pintado, enorme, colgado, apoyado. Mirando allá, o más allá. Rodolfo escritor, militante, periodista, persona.

La muestra “La sublevación de la palabra”, que comenzó el 25 de abril y permanecerá en la Universidad hasta el 9 de mayo, pertenece a la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata y al Archivo Histórico del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, fue expuesta en numerosos países y congresos de Comunicación.

En la Universidad de Quilmes, se organizó desde adelante hacia atrás, en gigantografías tipo “biombos” que mostraban de derecho y de revés: fotos, textos, historias, pedazos de reportajes, de escritos inéditos.
Sobre el costado derecho una enorme puesta de “Operación Masacre” la historieta, y delante de esto unos vitrales que contenían objetos de Walsh, como sus anteojos. Sobre el pasillo izquierdo “Escrito sobre” y “Rodolfo escribió esto en mí”, por Juan Gelman. De lo que se escribió sobre él, se expuso a Ricardo Piglia, Mario Benedetti quien entre otras cosas que publicó en Revista Casa de las Américas, La Habana en 1980, escribió: “[…] tuvo una enojosa obsesión por la verdad/ cómo no iban a odiarlo si sabían que sabía… Rodolfo convirtió la realidad en su obra maestra… y bregó hasta que le secuestraron la noticia… cómo no iban a odiarlo si era justo/ y no tenía vergüenza de saberlo”.

Rodolfo Walsh nació en Lamarque, provincia de Río Negro el 9 de enero de 1927. En muchas biografías se dice que nació en Choele Choel, creo que ese error se debe a que Lamarque es un pueblo muy pequeño fundado en 1900 pero reconocido en 1947, cuando Walsh ya tenía 20 años. Gabriel Martin escribió: “Rodolfo Walsh es un desaparecido que nació en ninguna parte y murió en ningún lugar, como si no hubiese existido”.

“El militante estuvo, en cada momento, en la palabra sublevada. En la voz de los pupilos del internado Irlandés que sueñan con un oscuro día de justicia, en la de los fusilados de José León Suárez, en la naciente revolución de Cuba y otra vez en los muertos”.
Walsh se caracterizó, por contar la verdad. Publicó: Diez cuentos policiales, Antología del cuento extraño, Variaciones en rojo, Los oficios terrestres, ¿Quién mató a Rosendo?, Caso Satanowsky, entre otros.
Su última palabra pública es “Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar”, escrita un día antes de su desaparición, 25 de marzo de 1977: “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero el fiel compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”. Así termina su carta, después de que hayan matado a su hija. Así termina su vida como escritor, como militante, como persona. O, al menos, eso es lo que sabemos públicamente.

Hace dos años, cuando se cumpliría el 79º aniversario de su nacimiento, Página/12 publicó “Dos lectores”, una nota escrita por la mujer de Rodolfo: Lilia Ferreyra. Una contratapa con una carga emotiva bastante fuerte. Lilia se encuentra en España en 1982, con un sobreviviente de la ESMA que había visto acribillar a Walsh.
A través de los diálogos que se fragmentan hay una búsqueda permanente de la memoria. Hay preguntas que habían tenido respuestas. Y la autora dobla la apuesta y se mete en detalles de su memoria más reciente para llegar a la de su compañero de diálogos: Martín.
Recorren desde el cuerpo de Walsh hasta su último cuento que estaba terminando. Dejando la sospecha o la posibilidad de que, probablemente, no hayan sido sólo ellos dos quienes lo hayan leído, ya que aquel cuento rondaba por la ESMA.
Descriptiva, detallistas, emotiva. Esta nota, me deja la sensación que la mujer de Walsh busca no olvidar, no borrar y saber más. Encontrar algunas respuestas en una fecha además especial, el día que su esposo cumpliría 79 años.

“Qué cagada que Walsh se nos murió. No respetó la voz de alto y le tuvimos que tirar”. Juan Carlos Coronel, represor.
“Lo bajamos a Walsh en una cita en la calle. El hijo de puta se parapetó detrás de un árbol y se defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía el hijo de puta”. Ernesto Weber, represor.
Lo que no sabían los que sí sabían matar, era que matar a un hombre, no es matar su ideología. Matar a un hombre, no es matar su palabra. Matar a un hombre, no es matar su lucha. Matar a un hombre, no es callar su voz. Matar a un hombre, ni siquiera, habla de la muerte en sí misma, sino de un cuerpo que ya no está. Pero está claro que esa no fue la lucha de Walsh, que esa no fue su vida, ni su historia.
Rodolfo quiso denunciar, alertar, contar lo que sabía, lo que veía. Quiso un pueblo más justo. Quiso menos muertes. Quiso “dar testimonio en tiempo difíciles”.
Y esta muestra, deja la huella a quienes la visitan, de un hombre valiente, de un periodista comprometido, de un militante sin descanso, de un escritor pionero y rico en recursos.
Esta muestra sigue su curso por otras instituciones donde visitar a Walsh, mantiene viva la memoria.

Material utilizado

Walsh, R. (2004) Operación Masacre.
http://www.prensamercosur.com.ar/apm/nota_completa.php?idnota=1055
http://www.rodolfowalsh.org/spip.php?article2907
Fotos: Ana Elbert

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