viernes, 14 de marzo de 2008

Nosotras que nos queremos tanto. Una experiencia de lectura

El verano de 2006 llegué a Viedma y fui a la librería. Dos aclaraciones, esas vacaciones venían tranquilas, sin planes de viajes, con lo cual iba a tener mucho tiempo disponible para leer. Y la librería de Viedma (sí, hay sólo una) es pequeña, acotada y por lo general los libros que están ya los leí o no me interesan. Pero esa visita en particular, tuvo para mi sorpresa muchos libros que quería leer. Había novelas y ensayos de acá y de allá que llamaban mi atención. Terminé comprando tres: Nosotras que nos queremos tanto, de Marcela Serrano, Los siete pecados capitales, de Fernando Savater, y El día que Niesztche lloró, de Irvin Yalóm.
Empecé por la de Serrano. Empecé y terminé, casi al mismo tiempo. Porque la novela me atrapó, cosa que no ocurre siempre y cuando ocurre es genial.
Me atrapó porque se trata de cuatro amigas que deciden hacer un viaje de placer y descanso juntas, después de muchos años, muchos años de amistad, muchos años de la vida de cada una. Cada una con una vida más o menos constituida. Con hijos, maridos, separaciones. Secretos, intimidades. Y todo va saliendo solo, desarrollándose con una naturalidad que lo hace real, que de verdad parece haber existido. Las cosas que les sucedieron a las protagonistas podrían pasarnos a cualquier mujer.

Y lo que hizo más rica a esta experiencia, además de haber descubierto que Marcela Serrano me gusta mucho, es que el libro comenzó un recorrido impensado. Se lo pasé a mi mamá, mi mamá a mi hermana mayor, ella a mi amiga Laura, Laura a su mamá, su mamá a otra de sus hijas, ella a una amiga… Hace unos meses volvió a mis manos. No sé ni cómo, y el recorrido empezó por mis amigas de acá, se lo pasé a Vero, Vero a Marina, Marina a Paula, Paula a Vanesa. Ya perdí la cuenta de cuánta gente leyó el mismo ejemplar del mismo libro. Y para un poquito más de color, Nosotras que nos queremos tanto reafirmó un sentimiento en común, el placer de la lectura.

Composición tema: la vaca. Una experiencia de escritura

El año pasado hice un taller de escritura, de texto breve, con Sandra Russo. Para mí fue una experiencia hermosa. Y eso es tan importante como esta anécdota que te voy a contar.
Tenía que escribir sobre una consigna clara: “el puente”. El puente punto.
El taller era semanal, así que contaba con una semana en mi haber.
Siendo que soy de Viedma, Río Negro, pensé en escribir sobre alguno de los dos puentes que une a Viedma con Carmen de Patagones (provincia de Buenos Aires), sobre el puente Viejo, por ejemplo, pero qué. Entonces pensé en escribir sobre un puente un poco más abstracto, algo así como la relación entre un padre y una hija, entre una madre y una hija. Y de nuevo: pero ¿qué?
El miércoles de esa semana, tenía un trámite para hacer en capital. Me acuerdo que llovía mucho, muchísimo. Y, una vez terminado el trámite me encontraría con mi amiga Paula en Corrientes y Maipú.
Llegué. Paula no estaba, Paula siempre llega tarde. Llegué, me paré pegada a la pared de un bar, que no era pared sino vidrio. Puse la mochila delante de mí, y me prendí un cigarro. La vereda estaba llena de gente, llena de gente que pasaba, caminaba, se empujaba, todos parecían muy aburados. Y Paula, no llegaba.
Encendí el segundo cigarrillo. Empecé a transpirar por lo denso que estaba el aire. Transpirada, cansada, mojada, sin paraguas, y sofocada por tanta gente que, a esta altura, parecía que caminaba por encima mío, traté de pensar en otra cosa, de no enroscarme con todo esto que me envolvía y molestaba. ¡Se me desprendió el broche del corpiño! ¿¡Algo más!? Sí, se desprendió y yo sin un poco de lugar para maniobrar. Creo que se me debe haber caído una lágrima de bronca, pero no sé si habrá sido así realmente.
Pensé en por qué las mujeres usamos corpiños, y pensé en las mujeres que no tenemos una cantidad considerable. La respuesta apareció enseguida con ruido a la ficha cuando cae: “bueno usamos para que no se caigan, para levantar, para que parezcan redonditas, grandecitas, linditas”. ¡Y la mierda!
Y así, entre preguntas y respuestas, entre lluvia y bronca, entre humedad y cigarrillos, vino a mi mente una historia del puente. Una historia con historia, con corpiño, con el puente Viejo, con un poco de sonido sureño y otro poco de nostalgia por ese lugar familiar lejano y extrañado.

Llegué a casa y me puse a escribir con urgencia. Con urgencia y entusiasmo.
El sábado siguiente lo entregué. Y el próximo mi profesora me pidió que lo compartamos. Lo leyó ella. Mis compañeros me felicitaron, y mi alma sonrió.

Esta es sólo una de las anécdotas que me dejó el taller, que en verdad fue la experiencia. Espero que sirva de igual forma. Y si es necesario acotar lo que ya perece traslucir, lo escribo claramente, me encanta escribir.

Les presento a Mercedes Reynoso



Mercedes, nombre de origen latino que significa: libertadora. Las características de la personalidad de las personas que llevan este nombre son: muy observadora, ambiciosa de aprender cosas nuevas, buena amiga, sincera y confiable. Nuestra Mercedes tiene una santa con quien comparte el nombre: Nuestra Señora de la Merced; y una reina: Mercedes de Orleans (España).

Supongo que iremos descubriendo cuánto tiene de reina, cuánto de santa, así como cuánto de observadora o sincera.

Por el momento sabemos concretamente que Mercedes es de Quilmes, tiene 36 años y miles de bucles. Es suave y pausada al hablar. Tiene un gesto en la cara que parece que te escucha con todos sus sentidos. Un gesto que invita a preguntar. Ella piensa, piensa y después contesta.
Trabaja en un call center, para una compañía española. Es algo así como asistencia telefónica para clientes de una empresa de celulares. Como cuando acá llamamos al *Personal o *Movistar y nos atiende un cordobés. Bueno, a los españoles los atiende una argentina, es este caso: Mercedes. Esta distancia entre el cliente y ella provoca anécdotas continuamente. El lunes, por ejemplo, llamó un cliente “re caliente”, dice Mercedes, y en le medio de la conversación le dijo: “recién llamé y me atendió una muchacha de acento latino como tú”. Mercedes cuenta esto y ríe, o sonríe, un poco tímida.
Ella estudia Comunicación Social, porque le interesa la producción radial. Experiencia que pudo hacerla propia hasta hace dos años en una radio comunitaria. Le gusta mucho el periodismo y por esto llegó a la licenciatura que está terminando este cuatrimestre, con esta materia.
En lo que respecta a lectura es un hábito que no adquirió pero confiesa disfrutar de leer novelas del “Gabo” García Márquez, y de haber deleitado la Santa Evita de Tomás Eloy Martínez por lo menos dos veces.
Le gusta escuchar música variada y en cantidad pero no existe el cantante o grupo que le apasione. Como sí sucede en el cine con Como agua para chocolate, siendo ésta su película preferida (de ésas que uno puede ver o volver a ver muchas veces).


Tiene inquietud en lo que al teatro se refiere, y aquí encontramos algo de lo que nos adelantó el significado de su nombre cuando nos dice que es ambiciosa de conocimientos. Le intriga la puesta en escena, saber cómo es tras bambalinas.
A Mercedes le gusta cantar. No, me quedé corta, le apasiona cantar. Estudió canto durante varios años y participó en algunos coros. Uno la ve, por lo menos a mí me pasó después de enterarme de este dato, y se imagina a una de esas bluseras negras de Estados Unidos, que sin mover un músculo de la cara te erizan la piel con su voz.
Y le gusta estar informada. No es de las que hojea todos los diarios todos los días. Ella con Clarín está bien. Y con la Viva de los domingos tiene entretenimiento por un rato.